sábado, 14 de septiembre de 2013

La España cañí.

 
Francisco Serra Giménez, profesor Titular de Derecho Constitucional de la Universidad Complutense de Madrid, escribe en tercera persona de sí mismo y del mundo que le rodea. Y lo hace en Cuartopoder, bajo el título ‘España, ¿un país de Zarzuela?’:

“El profesor, cuando iba a visitar a su madre por las mañanas la encontraba siempre escuchando zarzuelas, que le traían recuerdos de juventud, y un CD con canciones de los dos bandos contendientes en el 36. Había vivido en uno de los últimos territorios de la zona roja en caer en manos de las tropas franquistas y como casi todos los de su generación había acabado, a la fuerza, convirtiéndose en una más de las ‘flechas y pelayos’ y coreando ‘Por rutas imperiales’ y el ‘Cara al sol’. Fiel votante de IU casi desde las primeras elecciones democráticas, también era asidua seguidora de ‘Cine de barrio’ y los recitales de copla. Los últimos acontecimientos han venido a poner de actualidad la consideración de España como ‘país de zarzuela’, con sus amores reales, sus princesas caprichosas, sus proclamas patrioteras, sus políticos acartonados y sus empresarios lenguaraces (buenos sucesores de los indianos y caciques), sus verbenas y festejos organizados para atraer al turismo. El profesor, en su lugar de descanso, que había recibido más visitantes que nunca, tenía la impresión de vivir un ‘verano antiguo’, como los del final de la dictadura, cuando todo parecía suspendido, a la espera de algo que nunca llegaba a producirse…

El profesor describe así el mundo que le tocó vivir que es la España de zarzuela y pandereta: “El largo reinado de Juan Carlos I ha terminado pareciéndose cada vez más al declinante final del Imperio austro-húngaro. De la misma forma que el viejo Francisco José se convirtió casi en un personaje de opereta, las principales figuras de la vida pública española tienen un aire zarzuelero, reflejo de un pasado que no termina y un futuro que no llega nunca. Un amigo del profesor decía que los males de España acabarían cuando por fin dejaran de representarse las zarzuelas, de cantarse las coplas, de bailarse los pasodobles. Para Valle-Inclán –aseguraba– la única vía para resolver los problemas de nuestro teatro pasaba por fusilar a los Quintero. Nuestra nación solo adquirirá consistencia cuando se abandone la España cañí. En el momento presente valoramos en su justa medida a Don Ramón y a los folclóricos hermanos, concluyó el profesor: cada uno tiene su lugar en la historia literaria. Hay zarzuelas muy hermosas (Nieztsche admiraba alguna de ellas), coplas desgarradoras y cualquiera puede emocionarse al escuchar ‘Suspiros de España’ (incluso aunque no sea Nochebuena y ya despachen vino español sin receta en Nueva York), pero mucho tiene que cambiar para que España deje de ser por fin, un ‘país de zarzuela’.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La fotografía que ilustra este articulo refiere un bar de la plaza del Angel en Madrid, a escasos metros del reconocido Café Central. Este "España Cañi" es relativamente reciente, - no más de doce-quince años- ya que desde los sesenta y hasta entonces fue siempre una pastelería denominada "la Suiza" sucursal de la existente en la calle del principe, donde un servidor -quien esto suscribe,- a su regreso del Ramiro, tras las tropelias demenciales y carreras magistrales ante los grises en la plaza de los delfines, solía acudir con regularidad casi diaria por croissants para la casa y así recuperar el sosiego de la paz en el hogar (Antes se merendaba en los domicilios) Tartaletas de manzana, bambas de nata y milhojas eran también de mi predilección y me servían de excusa para admirar a la dependienta que me tuvo loco todo el BUP. Lo nuestro si que fue una zarzuela, con ojitos, recitados, flores y despechos. En general aquellas pastelerias-cafeterias de los sesenta como la propia Suiza, Casa Mira (Muy vigente a día de hoy) Manila, Nebraska y la excepcional Fuyma de la gran Via (Hoy agencia bancaria) entre otras, suponían la renuncia por la cochambre y un asomo decidido y apuesta por la modernidad que a su vez generó un costumbrismo más acorde con los tiempos. Había espacio, luz, higiene en mobiliario y aseos y una atención profesional ya irrecuperable por desconocida para los actuales de la FPII. Viene todo esto a cuento, porque me parece excesivamente ficticio y rebuscado el salto hacía atrás para recuperar lo cañi, con cerámicas en las paredes y barricas como veladores. La estética del bandolerismo con patillas, chulapas y manolos, "apoderaos" y barquilleros es mayormente una impostura retro y caricaturesca como concesión fácil al sector guiri. Madrid era otra cosa, que yo recuerde, vamos...